Estación sin salida
Dicen que todos tenemos un
doble en alguna parte y yo lo encontré dentro de un espejo.
Un viejo vagón de metro. Me
despierto en mi asiento, sobresaltada. ¿Dónde está la gente? Estoy sola en el
vagón y las puertas están cerradas. ¡No puedo salir!
Las luces empiezan a fallar,
se oye un sonido, como si alguien hubiese dejado un grifo abierto.
Tengo la sensación de tener
los pies húmedos, miro hacia el suelo. ¡El vagón se está llenando de agua! Me
muevo de un sitio a otro, buscando una salida.
Veo venir una ola gigante
acercándose hacia mí, me protejo la cabeza con las manos y dejo de respirar. La
ola me lanza de un lado a otro, metiéndome en un remolino de agua. ¡Es salada!
De pronto igual que vino el
agua, se fue, quedé tirada en el suelo. Chorreando.
Levanté la cabeza del suelo,
no sabía que estaba ocurriendo, no comprendía...
Me incorporo y me dirijo a la puerta más cercana, intento abrirla.
¡Sigue cerrada!
Pongo la mano en el cristal
de la puerta para mirar hacia la estación. ¡Dios mío! Un montón de caras me
miran desde fuera. Son caras sin vida, demacradas…sus ojos son cuevas negras
que no paran de observarme.
Voy retrocediendo despacio,
mirando hacia dónde podría huir en el caso de que esos seres entraran.
Al final del vagón hay una
niña pequeña, está sentada en el suelo. Tarareando una canción, mientras juega
con una muñeca.
—Juraría que no había nadie
allí—pensé mientras me acercaba a ella.
—Hola bonita ¿sabes dónde
estamos?
Me estaba acercando a ella, cuando
un fuerte golpe me llamó la atención. Miré hacia una de las ventanas del tren. Estaban
intentando entrar, golpeando con una tubería de hierro.
Volví a mirar hacia la niña
y ya no estaba, corrí hacia allí, estaba la muñeca. La pobre seguramente habría
tenido mejores tiempos, ahora llevaba un raído vestido y le faltaban los ojos. La
lancé a uno de los asientos.
Maldije en arameo, me giré y
di una vuelta con la vista al vagón donde me encontraba.
Sentí una punzada de alegría
cuando me fijé que una de las puertas se había abierto. Con sigilo me acerqué.
Esperando que apareciera algo o alguien, la estación estaba vacía y tenía muy
poca luz. ¿Dónde habrían ido?
Salí a paso rápido, tenía
que escapar de allí. Sonó la sirena, el tren partía sin mí. Corrí por el
pasillo en dirección a la salida.
Estaban las escaleras
mecánicas encendidas, las fui subiendo de dos en dos, comenzaba a tener un poco
de esperanza. ¡Iba a salir de allí!
Llevaba un rato subiendo y
no se veía el final. Sentado en el suelo, un músico tocaba el acordeón, estaba
de espaldas. Interpretaba una deliciosa melodía. Le llame la atención:
—Ayúdeme por favor ¡Oiga!—
grité.
Cuando se dio la vuelta,
deseé no haberle llamado, sus ojos eran dos agujeros negros y de su boca salía
un líquido gelatinoso. Tiró el acordeón y se abalanzó sobre mí.
En ese momento la escalera
se convirtió en una rampa. Sin poderlo remediar caí hacia abajo.
Estaba entrando en estado de
pánico, mi mente no podía asimilar que estaba ocurriendo.
Llegué abajo, me di un buen
costalazo contra unos hierros ¡Estaba en una vía de tren! Se oían ruidos
lejanos de gente, decidí caminar hacia ellos. ¡No podía ser! Creía ver una luz
a lo lejos. ¡Un tren venía hacia mí!
Miré el túnel, calculando el
ancho. ¿Podía ponerme en la pared y salvarme de acabar arroyada?
Busqué, una escalera, una salida.
¡Bingo! Una pequeña puerta se encontraba a un metro de mí, corrí mientras veía
como se acercaba el tren.
—Por favor que esté abierta—recé.
No tuve suerte y el tren
cada vez estaba más cerca. Eché hacia atrás mi cuerpo, cogí impulso y me lancé
contra la puerta. Cedió al golpe, caí en la total oscuridad.
Sólo se oída mi respiración
agitada, recordé que en el bolsillo llevaba un mechero. Era un Zippo antiguo
que conservaba de mi padre.
Lo encendí. Estaba en una
especie de cueva, se oía sonido de agua. Sólo había un camino a seguir, así que
me puse en marcha. El suelo a mi paso crujía y se movía, no quería ni imaginar
que bichos habría en él.
De vez en cuando se apagaba
el mechero y tenía que parar a encenderlo. Una de estas veces oí una respiración
muy cerca de mí, me di la vuelta. ¡Claro! No había nadie.
Decidí correr y correr. Mi
corazón hacía tiempo que había salido por la garganta.
No encontraba ninguna
salida. Ya no podía más y tuve que parar, tomé apoyo en una de las húmedas
paredes, la cual cedió, caí rodando, era una pendiente muy pronunciada. Mis
gritos desgarrados podían oírse en la oscuridad que poco a poco me engullía.
Paré contra una pared, estaba
dolorida, cansada, mojada.
Con mis manos palpé en la oscuridad,
parecía una ventana. Tenía que ser una salida, no podía ser otra cosa, empujé contra
ella haciendo fuerza con mi mente
— ¡Vamos ábrete!
La ventana cedió y acabé con
mi trasero en un lugar muy iluminado, no veía nada. Con tanta oscuridad, ahora no
distinguía donde estaba.
Cuando logré enfocar, tuve
que dar un salto hacia atrás, había un montón de gente mirándome y acercándose.
— ¡Nooo! Grité tirándome al
suelo y tapándome la cara.
Alguien agarró mis hombros y
me levantó, yo no quería abrir los ojos.
Oía hablar a gente pero no
llegaba a entenderlos.
— ¡Tranquila ya pasó,
tranquila!—decían.
Abrí los ojos, parecía gente
normal. ¡Al fin!
— ¿De dónde sales? ¿Qué te
ha pasado?
— ¡No lo sé!—conseguí susurrar.
—Ven con nosotros, ya pasó.
Tranquila.
Comencé a caminar con ellos,
miré a la persona que me ayudaba. ¡No! ¡Era uno de los seres de la estación! ¡Todos
ellos eran! ¡Y me tenían sujeta!
Intenté zafarme pero no
podía, eran muy fuertes.
—No te resistas te
llevaremos a casa—sonreían con bocas sin dientes.
Pasé al lado de un espejo y vi
mi reflejo. ¡Dios, yo también era uno de ellos!
Me dejé llevar.
Puf!! Que angustia!! Lo has recreado también que me lo he creído. Muy bien descrito. Sigue asi
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